Hace algún tiempo las estrellas me contaron que las noches de luna llena no pueden encontrarse. Su luz no les deja verse unas a otras y no pueden comunicarse con sus destellos. Desde entonces, cada luna llena, abro mi jardín y espero a que las estrellas bajen para pasar la noche. Según van llegando, muy despacito, una brisa cálida lo invade todo.
Los vecinos piensan que me he vuelto loca y que una noche de cada mes enciendo miles de velas para hacer algún ritual maléfico.
Yo les he contado lo de las estrellas. Ellos no me creen.